Amando con sabiduría
En esta oportunidad quisiera escribir a mis amados hermanos maridos. El camino que hemos tomado, de servir al Señor a través del matrimonio, presenta a veces ciertas dificultades. Pablo lo advierte cuando declara: “Los tales tendrán aflicción de la carne y yo os la quisiera evitar” (1Co.7:28). También dice: “Pero el casado tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer” (1Co.7:33). Bien sabía Pablo que muchas de las cosas que se viven en el matrimonio no tiene mucho que ver con la espiritualidad de los creyentes. A decir verdad, mucho de lo que se vive en el matrimonio más bien tiene que ver con nuestras imperfecciones, con nuestra humanidad. Para ser justos, la vida matrimonial está llena de gratos y preciosos momentos cerca de Dios; pero también está rodeada de mucha de nuestra carnalidad. Es allí donde se manifiesta lo que en verdad somos.
Como decía un hermano: “Cuando yo era soltero era perfecto y espiritual, mas cuando me casé me di cuenta de que era imperfecto y carnal.” De modo que el matrimonio se constituye en el mejor instrumento de Dios para mostrarme lo débil que soy y lo mucho que tengo que crecer.
El reflejo de lo que tú eres
Cultivar la relación matrimonial es de suma importancia, ¿Quién mejor que tu esposa puede decir quién eres realmente? La esposa es el reflejo de lo que tú eres en realidad, pues la mujer es gloria del varón (1Co.11:7). Con respecto a esto, una cualidad interesante de los manuscritos originales es que en el griego clásico la palabra gloria (doxa) significa “opinión”. Pero, en el griego “koiné” (1) del Nuevo Testamento significa “gloria”. De manera que, si fuese griego clásico, tendríamos que traducir “la mujer es la opinión del varón”. ¿Quieres conocer al varón? Mira a su mujer.
Así pues, un hermano puede sacar mucho provecho de la relación matrimonial, para, con la ayuda de su esposa, caminar hacia la madurez y, abastecido de la gracia, desarrollar y manifestar lo de Cristo. Sin embargo, otros pueden errar, y sumirse en la desesperación y el fracaso, mientras encuentran en su mujer crítica y oposición. De aquí surgen algunos malos comportamientos y excesos carnales en contra de sus esposas, y, por ende, en contra de sí mismos, puesto que “el que ama a su mujer a sí mismo se ama” (Ef.5:28).
El enseñoramiento con que algunos hermanos tratan a sus mujeres es una conducta fuera de la gracia, que sólo recuerda la tragedia del pecado (Gn.3:16). Me he dado cuenta que, en muchos casos, el autoritarismo funciona como un mecanismo defensivo frente a las amenazas; vale decir que, la autoridad impositiva que muestran algunos hermanos respecto de sus esposas (que llega en algunos casos a anularlas), tiene en gran parte que ver con la poca capacidad para reconocer sus propios defectos, porque la esposa pasa a ser el espejo del marido. Por tanto, “empañarlo” se convierte en la mejor manera de defenderse y no ver las imperfecciones. Para esto, nada mejor que tomar como apoyo algunos versículos que sustenten tal posición y le den un barniz espiritual. Hermanos, esto no es Reino de Dios y es verdaderamente carnal.
Amor y delicadeza
Quisiera recordar, muy somera-mente, algunos pasajes de las escrituras para refrescar nuestra memoria. “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amo a su iglesia, y se entrego a sí mismo por ella ...” (Ef.5:25).
Todos sabemos cómo amó y ama Cristo a su iglesia. No podemos hacer vista gorda a la evidencia de su amor ¡Qué ternura, qué compasión, qué trato más dulce, qué tolerancia, qué paciencia! ¡Cómo la sirve, cómo la atiende, cómo la cuida, cómo la sustenta! ¡Qué preocupación más grande la de Cristo por su iglesia! Si profundizásemos en el corazón del Hijo, sin lugar a dudas encontraríamos allí lugar especial y preferente por su amada. Así se nos llama a amar a nuestras mujeres. Es imposible explicar estos pasajes de otra forma. Esto no es romanticismo, esto es amor. De manera que los malos tratos, desatenciones y malas actitudes, no son los comportamientos que el Señor espera de nosotros. Noten cómo lo dice Pablo en Colosenses 3:19: “Maridos amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas.”
¿No se refiere a la actitud, a la delicadeza con la cual hay que tratar a las hermanas? Sin embargo, ¿qué hacen muchos? Ofenden, ridiculizan en público, hacen callar a sus esposas como si fuese una hija mal criada. Hermanos, esto está muy mal. Así no amó Cristo a su iglesia. Es cierto que algunos tienen esposas difíciles de carácter, pero nada justifica el mal trato y el desamor.
Conociendo la naturaleza femenina
Ahora quiero recordarles lo que dice Pedro. (1Ped.3:7): “Maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso mas frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida...”
La palabra nos llama a la sabiduría y para esto necesitamos conocer la naturaleza femenina. Todo marido requiere hacer el esfuerzo de comprender lo que es ser mujer. En esa búsqueda comprenderá la sensibilidad de lo femenino y sólo así podrá relacionarse con su esposa amorosamente. Por ejemplo, toda mujer pasa por un estado emocional más sensible en cierto período del mes, que los varones deben saber sobrellevar, puesto que son aspectos fisiológicos y hormonales los que la predisponen hacia esta situación. Por lo tanto, el mayor esfuerzo debe ser hecho por parte del marido, quien, como Cristo con su iglesia, ha de acogerla con amor. El mandamiento de andar sabiamente, apela a nuestra voluntad para hacer las cosas, no a nuestra mente o nuestros sentimientos. Su acento está en lo que quiero o no quiero hacer.
Seguro es que Pedro conocía a su esposa, por lo que, inspirado por el Espíritu Santo, nos ilustra con un símil: Lo femenino y un vaso frágil. La mujer es delicada como un vaso fácil de quebrar, por lo tanto, debe estar en un lugar de honor preferencial.
Luego, nos exhorta a considerarlas como a coherederas de la gracia de la vida. Aquí el apóstol levanta a la mujer al sitial de donde nunca debió caer. Sabemos de lugares y culturas donde la mujer es un objeto más de la casa, pero mire lo que nos dice el Señor: ellas participan de la misma herencia de la gracia de la vida, lo cual implica, en la práctica, el considerarlas con las mismas prerrogativas nuestras y tenerlas presente en todo momento.
Por último, Pedro cierra su pequeño discurso a los maridos con un broche de oro, “Para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (Ped.3:7). ¿Quiere decir que nuestro trato con nuestras esposas tienen un efecto espiritual en nuestra comunión con Dios? Sí; pues el siguiente versículo indica: “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal” (1Ped.3:12).
Tiempo para recomenzar
En consecuencia, podemos decir que quien trata mal a su esposa tiene problemas con Dios. Es decir, tiene de alguna manera un problema espiritual, puesto que somos el reflejo de la relación de Cristo y su Iglesia.
Esto les aconteció a los varones de Israel cuando se presentaron al altar del Señor para dejar sus ofrendas. Dios no se las recibió y les reprochó de la siguiente manera: “...Así que no miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de vuestra mano. Mas diréis: ¿Por qué? Porque Jehová ha atestiguado contra ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto.”
¿Se dan cuenta, hermanos, de lo importante que son para Dios nuestras esposas, y de los alcances que puede llegar a tener una buena relación de esposos? Manos a la obra, entonces, pues tenemos mucho tiempo por delante. Nunca es tarde para recomenzar y reparar los errores.“El que halla esposa halla el bien y alcanza la benevolencia de Jehová” (Pr.18:22). Amemos a nuestras mujeres y andemos sabiamente con ellas, como fieles representantes de Cristo y su iglesia. Amén.
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